lunes, 27 de julio de 2009

Núñez

Gracias por el desayuno.
Por las fotos recién saliditas del horno. Por los actos de fe.


6.
De perderte me quedarían
nostalgias como palomas negras.
Palabras como manchas
y recuerdos venidos a menos dejando huellas sucias.
Si te fueras me dejarías
gritos como disparos en el cuerpo.
Abrazos blandos. Caricias duras.
Ojos turbios. Bocas muertas.
Fantasmas del ayer y del después.
Ángeles sin alas. Demonios sin infierno.
Muñecas sin vestidos.
Cárcel sin cerrojos.
Detrás de tu partida vendrían
miedos sin nombre,
culpas con rostro.
Estaciones sin trenes.
Preguntas vanas, respuestas ajenas.
Y si así fuera comenzaría a enumerar motivos,
a redactar el manifiesto del olvido,
testamento de mi ser,
si te hubieras ido.

PAULA HEWSON
Julio 2009.

Imagen: Martín Katz.

miércoles, 1 de julio de 2009

Seis cuadras más tarde


“Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnng!!!!
Pero vos NO SABES el grado de odio que le tengo al timbre, CARAJO.”


01.09.2006, Marce Vivar, comentario hecho mientras escribía un mail, al sonar el timbre en horario de clases en la EAF.

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Escucho el timbre del portero eléctrico y tiro de la puerta.
Entonces salgo. Avanzo en línea recta, y comienzan a cruzarse las imágenes ante mis ojos, y mis pupilas se dilatan excitadas para no perder ninguna partícula de luz de los dibujos nocturnos.

Acabo de salir del vientre de una horrible Valkiria de enormes colmillos, soberbia y déspota, que me devoró trozo a trozo para luego cagarme, no con el fin de liberarme sino por necesidad física.
Aún con los restos de su mierda camino.

Lo primero que cruzo es a una niña que esta hablando con otros chicos, ella en la vereda y los otros en un balcón de un primer piso. Ella tiene que entrar a su casa y saluda a una de las nenas:
“- Chau Ana…”
Se queda esperando.
Cómo Ana no contesta repite el saludo, esta vez más fuerte:
“- CHAU ANA…”
Recién entonces Ana devuelve la cortesía.
Y la nena de la vereda entra tranquila.

Esa necesidad de reconocimiento, esa carestía que produjo la falta del saludo me remitió a mi niña pasada. De alguna forma me reconocí en esa criatura que no podía irse sin tener un adiós que la hiciera sentir afirmada, y por unos momentos vagué en los recuerdos infantiles, buscando por milésimas de segundo en el cajón mental alguna situación en la que yo hubiera tenido que repetir un saludo ante mis “colegas” de la niñez.

Unos pasos más adelante puteo mentalmente al taxista que viene mascando bronca al volante de su auto y que no me permite cruzar antes que él.

Cuando llego a la avenida, me detengo ante la orden del hombrecito colorado del semáforo, y me encuentro ante una Cabildo que se me asemeja al Golden Gate. Siento que tardaré unas siete vidas en cruzarla para poder llegar hasta el otro lado.

Veo cómo se cierra de golpe la persiana de un departamento de un piso alto. No lo escucho. Solo lo veo y recuerdo cuánto me gusta espiar los interiores de los ambientes que se desnudan a la calle sin el pudor de las cortinas.

Tomo envión y procedo a cruzar todavía a pie –aún no me arrastro- la enorme distancia hacia la otra vereda y cedo el paso a una mujer que viene de frente cargada con bolsas de supermercado, y no puedo evitar pensar que a mí no me hubieran dejado el lugar e inevitablemente me habría golpeado contra el brazo de la mujer, puteada a flor de labios, de eso no cabe ninguna duda.

Todavía tengo restos de las asquerosas secreciones intestinales de la Valkiria.

Me cruzo con un grupo de hombres que salen de una cancha de fútbol cinco, quienes tropiezan con mi presencia, haciéndome tambalear en mi paso firme, absortos en los culos de tres adolescentes que caminan a mi lado. La hipótesis de que a mi paso, nadie cede el suyo, se convierte al instante en teoría.

Ya del otro lado sigo avanzando y veo el interior de una empresa sobre la cual no puedo determinar el rubro, y a la misma altura, pero en la vereda de enfrente (es la segunda vez que intento escribir “vereda” pero tipeo “verdad”, no sé si es dislexia insistente o acto fallido) observo un departamento bastante antiguo, en el primer piso de un edificio, que se encuentra a la venta. Y pienso que sería bueno trabajar en esa empresa –fantaseo con dejar mi currículum vitae, y dentro de la fantasía pienso si sería mejor presentarlo con los antecedentes laborales de oficinista o con los de fotógrafo- y vivir exactamente enfrente. Se me ocurren también, en esos pocos segundos que dura el mambo, algunas situaciones en las que mis compañeros sabrían que vivo allí enfrente y que podrían causar serios problemas regidos por la envidia.

También veo a una mujer que camina mirando hacia el suelo y que gesticula sostenidamente. La pasa en el camino un hombre que también va mirando las baldosas en las que pisa mientras habla solo, con las manos en los bolsillos y paso muy corto y rápido. Entonces noto que mi caminar siempre es sereno y atento, con la cabeza en alto y la dignidad intacta, aún oliendo a bosta de Valkiria.

Cruzo la vidriera de una pizzería y trato de recordar cuánta plata tengo en la billetera, porque estaría bueno recurrir al delivery esta noche.

A metros de mi casa husmeo en mi balcón, en búsqueda de las luces prendidas que siempre olvido.
Esta todo apagado, y me dan unas ganas súbitas de pasar por el videoclub. Entonces delibero otros segundos sobre la posibilidad de retroceder e ir a buscar alguna película bien triste, mientras revuelvo mi cartera tratando de dar con las llaves, pero ganan las ganas de seguir avanzando.

Ya sacudida la mierda de mi lomo, abro la puerta y encaro al ascensor. Por esos milagros de la vida no me encuentro con vecino alguno.

Tengo ante mí la frágil puerta del tercero “B” y la abro apurada. Abro y nadie se sorprende ante mi llegada.

Me estoy lavando las manos –o tratando de hacerlo mientras la gata negra que tengo por roommate pelea por quitarme el lugar en el lavabo-.

Me miro en es espejo.
Elijo un cd.
Decido pedir comida.
Me siento aquí.

Es hora de encender otro cigarrillo.

Paula Hewson.
29-09-2006

valquiria o valkiria
1 - f. Cada una de las divinidades de la mitología escandinava que en los combates designaban los héroes que debían morir.

Imagen: Ignacio Pons.