jueves, 24 de febrero de 2011

Soltate con Wellapon soltate...


La mujer se mira las puntas del pelo.
El pelo es de un rubio ocre largo, bien largo.
Suelta el mechón que colgaba de la mano izquierda y se mira la punta de los dedos.
Hasta ahí, estamos OK, podemos seguir cada una en lo suyo.

La mujer vuelve a mirarse las puntas del pelo rubio, esta vez asiéndolo con la mano derecha.
El mechón es liberado.
Vuelta a mirarse los dedos, esta vez más de cerca.

Abre la cartera de tela que tiene en la falda y saca un peine rosa, de dientes anchos.
Comienza una cepillada nerviosa, alterada, frenética.
Peina y peina y peina y tira al piso los pelos que quedan enganchados en el peine.
El hombre que se encuentra sentado al lado se incomoda con los lacios cabellos muertos que se le pegan en el pantalón de vestir azul marino.

La mujer guarda el peine. Cruza las manos sobre la cartera. Descruza las manos y toma un nuevo mechón. Lo observa, lo cambia de mano, lo vuelve a observar (las puntas se ven secas, abiertas, sufridas).
Deja descansar al mechón para comenzar una lenta pero interminable refregada de yemas sobre el cuero cabelludo. Primero con una mano, luego con la otra, después las diez yemitas juntas trabajan con esmero, friccionando el cuero cabelludo que es graso, graso y mas oscuro que las puntas.
Las yemas terminan su trabajo. Las manos se posan en la cartera. La mano derecha es acercada a la nariz, con los dedos en puñado, y ahí, ahí la olfateada.

Para ese entonces ya no podía dejar de mirar fijo a la mujer sentada enfrente mío, pasillo de subte de por medio. La miro con obsesión, con la misma obsesión (o mas aun) con que las yemas vuelven de a diez a la carga, a la maceración del cuero cabelludo. En la base los pelos cebados por los dedos se empiezan a separar, se hacen grietas que muestran al pobre cuero cabelludo ajetreado.

A esta altura ambas nos miramos fijo, serias las dos, bien concentradas. Y otra vez los dedos apelmazaditos son llevados hasta las fosas nasales y otra vez la olida. Yo no puedo evitar un fruncido de entrecejo y en la boca una mueca de asco como un rictus.

Un mechón de puntas secas es cazado al vuelo, es observado con insistencia pero en intervalos, un poco mira al mechón otro poco me mantiene la mirada.

La mujer ahora se escarba una oreja, con la otra mano aun sosteniendo el mechón. Para mi desdicha el dedo taladro se traslada rápidamente hacia la nariz y si, es largamente saboreado por el sentido del olfato. Dedo en la puertita nasal, y cinco yemas en el cuero cabelludo.

Cuero cabelludo, nariz, nariz oreja, oreja cuero cabelludo, cuero cabelludo cartera, cartera peine, peine puntas, puntas boca (ahora la boca entra en el juego), un mechón a modo de chupete, una mano en la cartera, cartera cuero cabelludo, cuero cabelludo nariz, nariz oreja, oreja puntas, puntas ensalivadas mano, mano boca, boca peine, peine mano, mano (con peine) nariz, las miradas fijas, solo quebradas por los pasajeros que se cruzan para ir bajando.

Estación Palermo y me tengo que bajar. La mujer gira para verme a través de la ventanilla. El subte arranca, y como en ofrenda la mujer apoya sus diez huellas digitales en el vidrio, mientras me sonríe. Y yo, yo no sé cuántos minutos más me habré quedado parada en el andén, con cara de nada y la boca abierta.

MC.
Febrero 2011.
Subte Linea D.